A rastras por las calles de Barcelona (II)


Los aficionados a la ópera sabrán que el estreno de Cosí fan tutte en España fue en Barcelona, en 1798, para celebrar la onomástica del buen rey Carlos IV. En tiempos de sables y guillotinas en Francia, Barcelona seguía aplaudiendo a los Borbones con especial devoción y a Mozart, con algo de recelo. Algo tenía que ver que los catalanes no se fiaban un pelo de los franceses, que nunca se lleva uno bien con los vecinos, como también que industriales, campesinos ricos y comerciantes debieran su fortuna a la monarquía borbónica y que el pueblo llano fuera ultracatólico y conservador en extremo y prefiriera aferrarse a los fueros y a los Autos de Fe que abrirse a la cultura y la ilustración. 

Una de las obras maestras de Goya, La familia de Carlos IV.
La reina, en el centro, domina la situación. Carlos, el rey, a un lado.
Fernando, de azul, el novio. Su mujer le vuelve la cara.
La niña a la izquierda de María Luisa es la otra novia, María Isabel.
Que Goya no acabara en los calabozos después de representar a la familia así, tal cual, es uno de los grandes misterios de la historia del arte.

La familia de Carlos IV era una familia complicada. No hablemos de Fernando, que luego sería Fernando VII, un tipo taimado, cruel, cabrón y malo, así, en general, príncipe de Asturias. En esa época todavía no tenía poder en la Corte. Debería haberlo tenido Carlos IV, pero éste era un rey tontorrón y calzonazos y su mujer, María Luisa de Parma, un mal bicho. La reina era de carácter fuerte, tenía a su marido de mal día en peor día y sólo le daba hijos y disgustos. Además, era muy aficionada a los favores del primer ministro Godoy, otro sinvergüenza, y era capaz de amargarle un dulce a cualquiera con su mala leche. Tenía ideas políticas propias y hay que reconocerle méritos a la mujer en ese campo.

Maria Luisa, en la época en qué negoció las bodas.

Italiana de sangre, ambicionaba volver a unir el reino de Nápoles con la Corona Española, como antaño. Eso iba a ser difícil, pero que el sur de Italia fuera un firme aliado de España, eso sí. Organizó, pues, la boda de su hijo y próximo rey, don Fernando, con la princesa María Antonia de Borbón y Lorena, de Nápoles, que también era su prima, pues el rey de Nápoles y las dos Sicilias y el de España eran hermanos.

María Antonia de Borbón y Lorena, que sería la mujer de Fernando. 
Vivió un triste matrimonio y murió pronto, después de dos abortos y una tisis.
Malas lenguas afirman que la envenenó Godoy para ganarse el favor de Fernando.

Al comenzar las negociaciones, que llevó personalmente la reina María Luisa, se murió María Clementina de Austria, hermana de la famosa María Antonieta, la que había perdido la cabeza en París. María Clementina era la mujer del príncipe heredero del trono de Nápoles, Francisco Jenaro (en verdad, Franceso Genaro). María Luisa no se lo pensó dos veces y ofreció en matrimonio a su hija María Isabel, todavía una niña, hermana de Fernando. La propuesta fue bien acogida por los napolitanos, a falta de nada mejor. 

Las negociaciones las cerraron María Luisa por parte española y el duque de San Teodoro por parte de Nápoles. Llegaron a un acuerdo el 14 de abril de 1802. Su Majestad Carlos IV ratificó el que pasaría a la historia como Ajuste de Aranjuez, pues ¡cualquiera le dice que no a María Luisa! Se casarían los novios por poderes en Nápoles, el 6 de julio y el 25 de agosto. Luego se procedería al intercambio de parejas y a la formalización y consumación del sacramento.

La familia de Fernando, rey de Nápoles y las dos Sicilias, años antes de las bodas.

Eso implicaba el traslado de al menos dos reyes, los de España y los de Nápoles, además de reinas, princesas, infantes, la Corte española y la Corte napolitana, para formalizar la doble boda. Eso es tanto como decir que la ciudad que acogiera la ceremonia viviría una fiesta interminable y fastuosa, que duraría dos o tres meses. ¡Lo nunca visto! 

Esa fiesta comenzaría por la llegada de los reyes y luego proseguiría hasta cerrar el negocio. La ciudad anfitriona organizaría juergas, fiestas y festejos para entretener a la Corte y al pueblo. Pocas ciudades europeas habían vivido algo parecido los últimos años y ¿qué ciudad escogió para la juerga doña María Luisa? ¡Barcelona!

Por muchas razones. Una, geográfica, pues era puerto de mar. Pero también porque después de siglos de miserias era una ciudad rica gracias al comercio y la industria y una de las ciudades principales del Reino de Aragón. Pero muy especialmente, Barcelona fue escogida porque pocas ciudades había más devotas a Sus Majestades que la Ciudad Condal, decían todos.

El aguafiestas, el cónsul Bonaparte.

Se preparaba una de muy gorda, fíjense. Pero hubo problemas. Los ocasionó en parte Napoleón Bonaparte, que todavía no era Emperador, pero sí Cónsul de la República Francesa. La familia Bonaparte tenía origen toscano y las cosas de Italia llamaban mucho la atención del Corso. 

Estaba prevista la presencia de los reyes de España y de Nápoles (o de las dos Sicilias, como se decía entonces), pero Fernando IV de Nápoles (o primero de las dos Sicilias) y María Carolina tuvieron que quedarse en casa. En 1800 y 1801 se sucedieron graves desórdenes en Nápoles. Es decir, que se puso todo patas arriba por culpa de los franceses, o de un francés en particular, Bonaparte, que supo hacerse con las riendas de la política italiana. En pocas palabras, si los reyes dejaban el trono, se les iba a sentar en él una república o un rey francés. 

Eso explica que Nelson pasara los días en la bella bahía de Nápoles cañoneando a las multitudes con sus barcos y que aprovechara las pausas para iniciar su tormentosa y particular relación con lady Hamilton, pero ésa es otra historia. Pese a los esfuerzos de Fernando y la Real Marina británica, años después, Joaquim Murat, cuñado de Napoleón, sería rey de Nápoles. El cargo le iba que ni pintado.

Sin embargo, a falta de los reyes de Nápoles, se invitó a los de Etruria. El reino de Etruria duró catorce añitos (1801-1815) y fue un capricho de Napoleón. Su rey, Luis I de Etruria, era hijo del duque de Parma, Fernando, hermano de María Luisa, y la mujer de Luis, María Luisa Josefina, hija de Carlos IV y María Luisa, hermana del novio y la novia. Como ven, ¡todo en familia!

Luis se presentaría en Barcelona con su mujer y sus dos hijos, Carlos Luis y Luisa Carlota. Por cierto, que Luisa Carlota nació en alta mar, rumbo a Barcelona, porque la señora María Luisa Josefina no pensaba perderse las bodas de sus hermanos ni que le cayera el mundo encima.

Barcelona, hacia 1800.

La fecha escogida para el desembarco de los reyes en Barcelona fue el 11 de septiembre de 1802.

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