A rastras por las calles de Barcelona (y V)


Como hemos dicho, con la excusa de celebrar la visita de los reyes a Barcelona las dos facciones de la sociedad civil catalana, id est, de la burguesía, iban a verse al fin las caras. 

La Junta de Comercio y Fábrica sería la que sostendría, años más tarde, el auge industrial catalán. Eran los burgueses ilustrados, que se habían beneficiado de la intervención del Estado en el comercio y la industria, partidarios de los nuevos tiempos que asomaban las narices por Europa y amigos del progreso y la novedad. Habían podido salir a la luz después del Decreto de Nueva Planta y con el patrocinio de los Borbones. Se había iniciado en el comercio internacional y aspiraba a redactar un Código Civil en España, como Bonaparte había comenzado a redactarlo en Francia. Querían más poder en Cataluña, y quien dice Cataluña dice España, por ser quienes estaban protagonizando su crecimiento económico.

La otra facción era muy distinta. La Junta de Colegios y Gremios era de origen medieval y había sido la representante del Tercer Estado en las Cortes Catalanas hasta que el Decreto de Nueva Planta las suprimió. Sostenía los privilegios gremiales y colegiales de antaño porque el Estado seguía dando validez a gran parte de la legislación catalana anterior a 1714. Eran conservadores, proteccionistas y no querían ni oír hablar de la ilustración ni de los códigos civiles. Gracias a la tradición y a los privilegios conservados, eran todavía los burgueses más considerados en los actos políticos y sociales y defendían su protagonismo con uñas y dientes, basándose más en la tradición que en su éxito económico. Veían a los recién llegados de la Junta de Comercio como quien ve venir al diablo.

Ante la visita del rey Borbón, la Junta de Comercio y Fábrica echó el resto. Ya hemos visto cómo decoró las calles con arquitectura efímera, pero nos olvidamos del mucho esfuerzo que pusieron para acabar el edificio de la Lonja (la Llotja) antes del desembarco de Carlos IV. Los documentos de la época relatan cuántos apuros pasaron para conseguirlo. El rey vería la Lonja desde el Palacio Real y querían presumir de un edificio clásico, lo último en arquitectura, símbolo de comercio y progreso. ¡Los gremios no tenían nada parecido!

No, no tenían nada parecido, sino ¡una sorpresa guardada!

Documento contemporáneo que describe de manera ilustrada la llegada y carrera de Carlos IV y María Luisa tras su desembarco, el 11 de septiembre de 1802 en Barcelona. Atención a las casillas 27, 28 y 29.

Poco antes del mediodía del 11 de septiembre se divisaron las velas de la flota que portaba a Sus Majestades, Carlos IV y María Luisa. Se celebró la noticia con salvas de artillería y la flota respondió con andanadas de toda la borda, que son ciento y la madre de cañones bramando al unísono en los buques de línea. ¡Ríanse de las mascletás! El espectáculo fue formidable y el desembarco del rey en las Atarazanas (Drassanes) se produjo a primera hora de la tarde. La muchedumbre gritaba vítores y vivas al rey y a la madre que lo parió con un fervor jamás visto. Las gradas que se habían levantado aquí y allá estaban llenas a reventar. Se echaron las campanas al vuelo, se dispararon cohetes, todo el mundo salió a la calle. ¡El rey! ¡El rey! ¡Viva el rey!

Se organizó una comitiva para que el rey hiciera una carrera (un desfile) por la ciudad. Como dice la Gazeta de Madrid del 24 de septiembre de 1802, Otros individuos del comercio y de las fábricas saliéron a recibir a SS.MM. formando una compañía de 50 hombres a caballo primorosamente vestidos a la española antigua, con música y volantes, y dos compañías de migueletes.

Detrás de la fanfarria, las tropas y la caballería de la Junta de Comercio y Fábrica, vendría el Carro Triunfal, donde iban a sentarse Sus Majestades. Un privilegio medieval concedía a los miembros de los Colegios y los Gremios de Barcelona desfilar junto al Carro Triunfal. ¡Vaya si desfilaron!

Detalle de un grabado del Carro Triunfal.
Era un trasto magnífico.

¿Cómo era el Carro Triunfal? Según recoge la Noticia individual de la entrada de las reyes nuestros señores y real .familia en la ciudad de Barcelona, la tarde del once de septiembre del presente año de mil ochocientos dos. Escrita par encargo de la Comisión de Obsequios de los Colegios y Gremios de la misma, el Carro Triunfal era una obra de arte.

El mismísimo príncipe Godoy, válido de Carlos IV y, dicen, amante de la reina María Luisa, les había dado permiso para construirlo y utilizarlo: Veo por el papel de Vms. de tres del que rige los obsequios y festejos con que los Individuos de esos Colegios y Gremios esperan recibir a SS. MM. quando lleguen a esa Capital; cuyas demostraciones de tan leales Vasallos serán gratas a sus Reales Personas, y no se negarán a admitirlas; pero siendo suficiente prueba de su fidelidad y amor el manifestarlas, no querran que el carro triunfal tirado por los Individuos de las Corporaciones, y dispuesto para tener el honor de conducirlas salga a mucha distancia de esa población.

Una vista más amplia del Carro Triunfal nos muestra parte de la caballería que se empleó para arrastrarlo por las calles de Barcelona.

¡Han leído bien! Los representantes de los colegios y gremios de Barcelona ¡iban a tirar del Carro Triunfal! 

El rey iba a ser arrastrado por las calles de la ciudad por los que habían sido representantes políticos del Tercer Estado en las Cortes Catalanas, los mismos que ahora eran los más fieles súbditos de Sus Majestades y se humillaban así para demostrarlo. Ésos, ésos y no otros, iban a tirar del carro voluntariamente, por darse a conocer. 

Porque han de saber que los carros triunfales habían sido siempre tirados por caballos, por un tiro de ocho o doce hermosos brutos, pero ¡nunca por el pueblo! Aunque no me crean, la ideología de la Monarquía Absoluta no contemplaba actos como éste, y menos una Monarquía Ilustrada. Pero se tomó la iniciativa como una costumbre popular y por no ofender a los gremios catalanes, se toleró.

La idea había partido de los gremios, no del rey. Lo único semejante y equivalente sería el desfile de los pasos de la Semana Santa, donde el pueblo se humilla ante Dios y lo lleva a hombros o a rastras. Sólo Cristo merecía semejante trato. Por eso ¡nunca se había visto tanta devoción por el rey en toda España como en Barcelona! Ésa fue la noticia general que corrió por todo el reino.

Del Carro Triunfal, pues, se encargó la Junta de Colegios y Gremios. Lo diseñó Pedro Pablo Montaña y lo construyó un carpintero agremiado, Manuel Piera. De los caballos no se preocupó nadie, porque habría burros de sobra para tirar del carro.

[...] construyóse pues a expensas de estos un Carro de ayrosa delineación y exquisita escultura: todo dorado, y vestido de tela de plata: con almohadas de terciopelo carmesí en el pesebrón cubierto de tisú de oro: sobre el juego delantero se representaba la fidelidad barcelonesa en un Perro que, con una llave en la boca, y apoyándose sobre el escudo de Barcelona, la clava de Hércules, y la piel Neméa, volvía su cabeza hacia atrás mirando el León, que tenía entre sus garras dos globos y significaba el Monarca de España, Señor de dos Mundos. [...] Etcétera.

Concluye la descripción diciendo: La propia tarde del once fue conducido el carro a la Glorieta, donde esperaron a SS. MM. los Comisionados de los Colegios y Gremios, y los Individuos de estos que habían de tirarle.

Detalle de otro grabado que describe las obras que recibieron a SS.MM.
Dice:
Carro Triunfal ofrecido por los Colegios y Gremios de Barna. a sus Augus. Sobers. CARLOS IV Y MARIA LUISA, para su entrada pública en la tarde del 11 de septiembre de 1802 en testimo. de su fiel amor, gratitud y vasallag., y aceptado por SS. MM. fueron conducidos desde extramuros de la Ciud., hasta el Rl. Palacio pr. indivs. de dichas Corpors., con el acompto. de sus Comnisdos. que rodeaban el Carro.


Ni que decir tiene que los señores de la Junta de Comercio y Fábrica se quedaron de una pieza, porque súbditos más fieles a Sus Majestades que ellos no había, pero por su cabeza jamás pasó tragar con tal vergüenza. ¡Iba en contra de todo cuanto creían! Ellos eran súbditos, no esclavos. Pero ¿dónde se había visto? Vestidos con sus mejores galas para desfilar ante el pueblo, veían a los sudorosos miembros de la Junta de Colegios y Gremios tirar del Carro Triunfal en mangas de camisa, sofocados y agotados por el esfuerzo, que el carro pesaba lo suyo. ¡Y cómo se peleaban por tirar del carro, ahora tú, ahora yo! ¡Tremendo!

El pueblo aplaudía a rabiar, naturalmente.

La misma Gazeta de Madrid que he mencionado dijo: 

[...] La feliz entrada de los Reyes y Príncipes Ntros. Sres. y demás personas Reales en esta ciudad el 11 del corriente por la tarde se anunció al público con salvas de artillería de las murallas y castillos, y también la hiciéron dos buques del puerto que se habían completamente empavesado. Al llegar la Real comitiva cerca de la Cruz-Cubierta, a un quarto de legua de esta plaza, se trasladáron SS.MM. de su coche a un carro triunfal adornado con primor, que se había preparado a este efecto, y en él fuéron conducidos a palacio por 48 individuos de los colegios y gremios con trages hechos al intento, y 200 volantes con hachas a prevencion por si anochecia en el camino. [...] Todos siguiéron obsequiando hasta palacio a SS. MM. La carrera estaba adornada con gusto, y era inmenso el concurso, y generales y repetidos los vivas y aclamaciones, especialmente quando se dignáron SS. MM. presentarse en los balcones de palacio. [...]

No me alargaré más, pero sepan que Barcelona celebraría más entradas triunfales y pasaría semanas de fiesta en fiesta. Dedicaron al rey ocho corridas de toros, una por semana, y numerosos espectáculos de toda clase. Los novios llegaron con una armada en octubre y el rey y su séquito hizo cacerías por Pedralbes y Montjuic (sic) y salió a pescar varias veces en un pequeño velero con Gravina, ese almirante que murió como tantos otros en Trafalgar, mal bicho pique a los ingleses, carajo. El rey visitó Figueras y varias poblaciones catalanas más, y en todas fue recibido con grandísimas pruebas de amor y fidelidad. 

Eso sí, como el Carro Triunfal del 11 de septiembre de 1802 en Barcelona, nada.

Una de las piezas de la arquitectura efímera, la glorieta de la Junta de Colegios y Gremios.
El carro que aparece ilustrado es el de SS.MM., con el que habrían desfilado por las calles de Barcelona de no haberse dispuesto el Carro Triunfal.

El 4 de noviembre, el rey celebró su santo en Barcelona, pero sus equipajes ya partían para su próximo destino. El día 8 de noviembre nos dejó, camino de Montserrat. Luego visitaría Valencia y la costa del Mediterráneo. Ya les digo yo que no volvió a tropezar con ningún otro Carro Triunfal tirado por burros. El resto de la familia e invitados partieron por mar. Unos, los napolitanos, bien pronto, a mitad de octubre. Los reyes de Etruria, en cambio, a finales de noviembre.

Relato de una de las ocho corridas de toros celebradas en Barcelona en honor de Carlos IV en septiembre y octubre de 1802.

La visita se recordó durante muchos años. El señor don José Coroleu, barcelonés ilustre y testimonio del suceso, dejaría escrito lo siguiente: 

De su estancia entre nosotros nos quedaba un placentero recuerdo, porque Barcelona tuvo una temporada de bailes, corridas de toros, luminarias y otras diversiones, que no había rriás que pedir, y Barcelona era etonces una ciudad que, en punto a animación y bullicio, no era gran cosa más que los que hoy es Zaragoza. Del rey no nos podíamos quejar, pues siempre mostró por esta ciudad una especial simpatía.

Un historiador de la Ciudad Condal añadió más tarde: 

[...] La visita de los Reyes se iba a convertir muy pronto en un recuerdo feliz de una época irremediablemente perdida. Nuevas y graves preocupaciones iban a ocupar dentro de muy poco el primer plano, dejando atrás los recuerdos, la paz y la recuperación social y económica que vivió Barcelona y España entera en esos años. [...]

Porque luego vendría Napoleón a España, Cataluña sería francesa y ya no queda sitio para explicar nada más.

Pero ¡mira que tirar del carro...! ¡Lo que hay que ver!

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