A rastras por las calles de Barcelona (III)


Las negociaciones entre las familias de Nápoles y España no eran secretas, pero sí discretas. La reina María Luisa no pensaba arruinar no una, sino dos bodas, por culpa de una indiscreción. Pero llegaron rumores a la ciudad de Barcelona sobre la fiesta en ciernes.

Moneda en curso de Carlos IV de una ceca catalana.

No sabemos quién filtró la noticia, pero tenemos sospechas. El ayuda de cámara de Carlos IV era catalán y... En fin, no diré más, porque no tengo pruebas, pero sí que sabemos que la Junta de Comercio y Fábrica de Barcelona estaba al tanto mucho antes de que la noticia fuera oficial. 

La Junta de Comercio se fundó en 1759 bajo el reinado del bienamado Carlos III y dependía de la Junta General de Comercio del Reino, que tenía su asiento en Madrid. Quizá fuera esta junta la responsable directa del éxito industrial y comercial de la Cataluña de finales del siglo XVIII, gracias a sus contactos en la Corte. A decir de los historiadores, la relación de la Junta de Comercio con la Junta General de Comercio del Reino eran excelentes, cordiales y muy eficaces. A la Corte le interesaba el éxito industrial y comercial de Barcelona y Barcelona se sentía aupada y favorecida por la Corte. Los negocios iban viento en popa desde que gobernaban los Borbones.

Documento de creación de la Junta de Comercio.

La Junta de Comercio, decíamos, supo de las bodas y del desembarco en Barcelona antes que nadie, pero de aquella manera, ya me entienden, soto voce. Así que fueron a ver al señor corregidor y alcalde de la ciudad, don Lorenzo de Gregario y Paternó, marqués de Vallesantoro y barón de Claret. Señor marqués, que me ha dicho un pajarito que habrá bodas y que nos toca a nosotros organizar el banquete, le avisaron.

El palacio de Vallesantoro en Sangüesa, Navarra.
De esta familia procedía el alcalde de Barcelona en 1802.

El señor marqués se alarmó, escribió en confidencia a don Pedro Cevallos, que era entonces conocido suyo y Primer Secretario de Estado en la Corte, y el 27 de febrero, don Pedro le respondió. El contenido de la carta se conserva en el Archivo Histórico de Barcelona porque el 3 de marzo, don Lorenzo, alcalde y corregidor, llamó a todos los cargos municipales a rebato y les comunicó la noticia, carta en mano y con el susto en el cuerpo.

Don Pedro Cevallos, que avisó al señor alcalde de la visita del rey.
Se arriesgó lo suyo, porque pasó el aviso antes de que se confirmaran las bodas y sin permiso de la reina María Luisa. Pero, si no hubiera avisado, ¿podría haberse preparado Barcelona a tiempo para recibir a los reyes?

El Primer Secretario de Estado confirmaba que era cierta la intención del viaje a Barcelona de los reyes de España y de las familias reales de Nápoles, que luego no serían de Nápoles, sino de Etruria. Bah, no entremos en detalles. Lo que importa es que don Pedro avisó que los reyes llegarían a Barcelona en septiembre. ¡En septiembre! Se asustaron los munícipes, pues ¡era muy pronto! ¡Había muy poco tiempo para prepararlo todo! 

Lo mismo pensaba don Pedro, que decía en su carta que deberían comenzar a arreglar los caminos sin pérdida de tiempo (sic) y comenzar las obras de inmediato para habilitar el Real Palacio (sic). Eso sí, cuidado con la pintura, porque (cito) previniendo a la persona que corra con este encargo que no se ha de dar color en Puerta ni ventana alga. [alguna], por que la Reyna ntra. Sra. no puede sufrir el olor a pintura. ¡Gracias por avisar!

La Junta de Comercio tuvo el tiempo justo, justísimo, para terminar su sede, el (neo)clásico edificio de la Llotja (la Lonja). Pudo terminarse con gran prisa y urgencia pocos días antes del desembarco del rey en Barcelona. Este edificio era el símbolo de la prosperidad y la modernidad que había traído la monarquía borbónica a la Ciudad Condal.

El corregidor y todos los cargos políticos de la ciudad de Barcelona hicieron correr la noticia y se pusieron manos a la obra con diligencia y no pocas prisas. Lo primero que hizo fue preguntar al Ayuntamiento de Sevilla qué había hecho cuando el rey pasó a visitar su ciudad, qué espectáculos preparó, cómo dispuso las cosas, qué le gustaba comer a Su Majestad y detalles por el estilo. Lo segundo, poner patas arriba los archivos intentando recordar cómo se había celebrado el desembarco de Carlos III en Barcelona, procedente de Nápoles, por ver si podía aprovecharse algo. 

Una visita al Archivo Histórico del Ayuntamiento de Barcelona y un vistazo al Libro de Acuerdos nos muestra que no se habló de otra cosa durante meses. La visita de los reyes y la Corte excitó los ánimos del gobierno local. ¡Había tanto que hacer...! La actividad fue frenética.

De entrada, el señor corregidor y alcalde se plantó ante el Capitán General, Francisco de Horcasitas. Más que un título militar, hemos de pensar en un cargo público, equivalente al de un gobernador civil que además tenga el mando del ejército de una región militar. La noticia sobresaltó a don Francisco, pues él sería el responsable de la seguridad del rey y sería él quien rendiría cuentas de la visita, fuera ésta bien o mal. Así que se dispuso a ayudar en todo al Ayuntamiento de Barcelona, sin condiciones. 

Cuando cedió su cargo a don Juan Procopio de Bassecourt, conde de Santa Clara, la Capitanía General continuó siendo de gran ayuda al Ayuntamiento. Los regimientos catalanes se apresuraron a procurarse uniformes y equipos para presentar un buen aspecto ante los monarcas y las damas catalanas de noble cuna tejieron y cosieron las banderas de los regimientos que apadrinaban, contentas de honrar así a los reyes. Ésa era la tradición entonces.

El obispo de Barcelona, don Pedro Díaz de Valdés, también se sumó a la fiesta y muy contento, además, porque no se concebía entonces fiesta grande sin misa ni curas ni ingresos extraordinarios. Quizá soñara el señor obispo con promociones cardenalicias, no sé. 

Las Ramblas y la iglesia de Belén, en Barcelona, en fecha próxima a la visita de los reyes.
Uno de los trabajos del Ayuntamiento y las juntas fue empedrar las calles, limpiar y repintar las fachadas, limpiar, pulir y dar esplendor a la ciudad que verían los monarcas. Tenían apenas medio año para conseguirlo.

Contenta la Iglesia y la nobleza, quedaba el Tercer Estamento, la burguesía. El señor corregidor y alcalde sabía que quien tenía el poder en la ciudad era la Junta de Comercio y Fábrica, no uno u otro noble, que en Cataluña había pocos y de baja importancia. Había que ganarse a los gremios y contentar a las familias catalanas, bien lo sabía don Lorenzo.

Nos podemos reír viendo que no han cambiado tanto las cosas. Lo primero que hizo el señor alcalde fue crear comisiones y llenarlas de cargos, que ocuparían los de siempre, los de toda la vida, los que siempre se beneficiaban de una comisión por aquí y otra por allá, ya me entienden. ¡Como ahora!

Para comisiones, la Comisión de Obsequios. Era la que tenía que preparar los regalos, obsequios y agasajos que recibirían los reyes de parte de la agradecida ciudad de Barcelona, pero también era la que tenía que cuidar de detalles como el empedrado de las calles o la reconstrucción de edificios, teniendo siempre cuidado con el olor a pintura, como ya saben. La comisión la formaron varios nobles y algunos burgueses ilustres. A saber, el conde de Crexell, el marqués de Villel, el marqués de Barberá, Antonio de Borrás, Cayetano Gispert y Joaquín de Vendrell a los que luego se sumaron el marqués de Palmerola y Rafael de Llinás, porque la visita estaba dando más trabajo del previsto.

Pero ¡quiá! Hoy diríamos que fue la sociedad civil barcelonesa la que tomó las riendas y puso manos a la obra. Es decir, el Tercer Estamento, la burguesía, la gente de dinero, los que se llaman a sí mismos pueblo. Éstos se organizaban en la Junta de Comercio y Fábricas, de la que ya hemos hablado, y la Junta de Colegios y Gremios, más conservadora, pero no menos activa.

De estas juntas dependió el éxito de la visita y la estancia real en Barcelona, y gran parte de los preparativos del festejo. Ellas adocenaban al pueblo y le ofrecían un espectáculo. Ellas pagaban el gasto y ellas querían acercarse a los reyes, ya puestos a soltar monedas. ¿Qué hicieron para organizar el desembarco real? ¡Exacto! ¡Nombraron comisiones!

Los gremios tenían su propia junta y sus propias reglas. 
Por lo general, eran más conservadores que la Junta de Comercio y Fábrica.

Les ruego que presten atención a los apellidos. La comisión de los Colegios y Gremios la formaron Francisco Mas Navarro, Ramón Argila, Antonio Riera, Juan Serra, Francisco Bransí, Joseph Ribas y Margarit, Magín Enrich, Francisco Camp y Vergés, Ignacio Regés, Félix Silvilla y Mariano Esteve y Grimau. La comisión de Comercio y Fábricas la formaron Mariano Gispert, Joseph Joaquín Milá de la Roca, Josep Gironella, Juan Canaleta, Francisco Gomis, Narciso Huguet, Joaquín Espalter y Roig y Juan Rull. 

Éstos eran, sin duda alguna, los catalanes más ricos e influyentes en 1802. 

Había bofetadas por ver quién le hacía más favores al rey, si los gremios o la Junta de Comercio, y de fondo se disputaba la hegemonía de la burguesía gremial y colegiada, conservadora, o de la burguesía comercial e industrial, progresista. Carlos III había apostado por la burguesía progresista y los gremios querían recuperar el terreno perdido agasajando a Carlos IV. ¿Qué partido vencería en la pugna por liderar la economía catalana?

Barcelona, en 1806.
En 1802 sería prácticamente idéntica.


1 comentario: